Entrevista con mi madre: la esperanza reposa en el amor

 

Herlinda Pacheco

Por Omar Jiménez

Aquella que creyó estar perdida tras el sufrimiento del maltrato, la traición, la desilusión y la pérdida de seres queridos.

Recuerdo claramente que, al llegar al pueblo aquel domingo 17 de febrero de 2019, después de saludar a mi padre, quien se encontraba en la sala de la casa, salí de inmediato para el cuarto a ver a mi mamá, pero ella no estaba allí. Recordé que era domingo y, por tanto, en las horas de la mañana se encontraría en el patio lavando la ropa.

Llegué al patio y ella estaba allí; empapada, pero no precisamente de agua. Era una mezcla entre agua y sudor, debido a que a esa hora (10:35 am) el sol ya ha salido completamente y en Pueblo Viejo el calor es insoportable.

A mí eso no me importó y la abrasé para saludarla diciéndole: hola, mami, prepárate porque hoy te voy a entrevistar. Ella me separó de sí en lo que decía: estoy mojada, te voy a ensuciar la ropa; “echa pa’llá, mijo”. Insistí y nuevamente le dije: ya sabes te voy a entrevistar. Ella aceptó y me lo afirmó moviendo la cabeza en dos oportunidades.

Después de lavar, mientras almorzábamos, me preguntó a qué hora le haría la entrevista, yo le contesté con otra pregunta: ¿tienes algo más que hacer hoy? Me dijo que asistiría a una misa del primer aniversario de muerto del hijo de una compañera de trabajo. “Bueno, cuando regreses”, le respondí.

Durante el tiempo que no estaba en casa, me dispuse a escribir las preguntas que le haría. A mi mente llegaron recuerdos que ahora me hacen reír: mi madre solía vestirnos a mi hermano y a mí como si fuéramos gemelos. Mi hermano y yo nos llevamos dos años; yo soy mayor que él. Ella siempre nos compraba la misma ropa y los mismos zapatos, ella quería transmitirnos la hermandad que siempre tuvo con los suyos.

Mi mamá es la cuarta de nueve hermanos: Wilson, Martin, Cesar, Herlinda, Tony, Rosa, Dency, Marina y Neidy. Son hijos de César Pacheco y Herlinda López. Era una relación de los años cincuenta, llena de machismo y maltrato intrafamiliar. Era la época en que la participación y la opinión de una mujer eran nada o poco importante. Ella, siendo la mayor de las mujeres, era quien más desafiaba a mi abuelo; era la más replicona. Él los abandonó cuando mi tía Neidy aún se encontraba en el vientre, se fue con otra mujer.

Aprendió a salir adelante, como mi abuela: lo hizo sola, sin pedir ni robarle nada a nadie; a punta de ventas de guarapo, pescado, chicha, ropa traída de Maicao, esfuerzo y sacrificio. Es una mujer con agallas, dispuesta a trabajar por su bienestar, por su emancipación.

Eran, aproximadamente, las 7:00 de la noche y, como de costumbre, ya se había ido la luz en el pueblo. Mi mamá llegó mientras yo me bañaba, me apresuré tan pronto escuché su voz y, en menos de 5 minutos, recordando mis días en el ejército, ya estaba listo. Le pregunté si estaba lista para la entrevista y dijo que después de comer porque el pan y el jugo de cajita que le brindaron en la misa le abrió el apetito.

No terminaba de comer cuando llegó la luz, aproveché y puse a cargar el celular para evitar inconvenientes en la grabación.

Pasada media hora, regresé para ver si se encontraba en disposición, pero ya estaba de nuevo en su cuarto. Me dirigí hacia allá y, cuando abrí la puerta, me di cuenta de que ella me estaba esperando. Me insistió para que me sentara en su cama junto a ella y le contara de qué se trataba la entrevista.

Después de reírnos y de hacerla entrar en confianza para que todo fluyera, ella fue quien dio el primer paso y me pidió que comenzara.

HIJO – ¿Cuál es el recuerdo más grato que tienes de tu niñez?

MADRE – Yo recuerdo que aquí siempre se crece la ciénaga y, estando muy niña, cuando eso sucedía, más que una tragedia, para nosotros era una felicidad. Todos mis hermanos y yo chapaleando agua, también recuerdo que nos íbamos en canoas para donde mi abuela Rosa Elena, que quedaba a cinco cuadras de nuestra casa. Ahora soy consciente de las afectaciones que acarrea una inundación, pero, en ese entonces, todo era diversión. Es lo que yo más recuerdo de mi infancia.

HIJO – Disfrutabas los momentos en familia, pero ¿hubo algo que no te gustó en tu infancia?

MADRE – No me gustaba cuando César llegaba a la casa a golpear a mamá. Él nos abandonó cuando yo tenia como quince años, Neidy aun estaba en la barriga.  Yo no entendía y le preguntaba a mamá por qué le permitía volver, si él se había ido con otra mujer. Y más aún cuando llegaba borracho, que solo le pegaba y, luego, quería tener relaciones con ella, después se iba antes que amaneciera, como si ella fuera la otra. Nunca nos dio nada, mamá lo demandó para que nos diera la comida, ella sola no podía con los nueve. Por lo menos, al principio.

HIJO – ¿Hacías algo al respecto?

MADRES – Sí, lo insultaba y le decía que se fuera, pero mamá siempre lo defendía. Yo me iba corriendo y llorado para donde mi abuela a la hora que fuera, aunque allá me regañaban por eso, yo no quería ser cómplice de eso.

***

Noté cómo, al recordar esos momentos, mi madre se llenaba de ira, tiene un carácter muy fuerte y, cuando algo no le gusta, lo dice y no le importa quién sea. Así que esperé un par de minutos para que se calmara, fue un momento tenso en el que no solo ella sintió rabia, pero rápidamente volví a mi lugar y quise saber cómo era de estudiante, ya que ella muchas veces me insistió para que estudiara y se ponía de mal humor cada vez que veía mis calificaciones.

Ella es una mujer de negocios, nos ha mantenido a mi hermano y a mí casi que sin la ayuda de mi padre. Sus atributos para los negocios los heredó de su madre; por eso, pensé que fue muy buena en sus estudios.

Herlinda Pacheco, con sus niños de Bienestar familiar

HIJO – ¿Y qué tan buena eras en la escuela?

MADRE – [entre risas] Uy… Hijo, yo era muy mala. No me gustaban las matemáticas. Yo estudiaba en Santa Marta, no era la peor, pero si perdía materias.

HIJO – ¿Pero perdiste algún año?

MADRE – Nunca perdí un año por mala estudiante, pero un año dejé de estudiar, no sabía lo que quería realmente y no quise estudiar.

HIJO – ¿Qué hiciste durante ese año?

MADRE – Estuve un tiempo en la casa sin hacer nada y, luego, entré al Evangelio, conocí a Jesús, conocí a Dios y me entregué a él. Me fui para Barranquilla con los hermanos de la iglesia.  Después, me vine a mitad de año para seguir estudiando y me matricularon aquí, pero no quise y me fui nuevamente para Santa Marta.

***

Mi madre siempre fue muy reservada y, al saber esto, entendí que yo no era tan bueno por coincidencia, pero había algo que me inquietaba desde el principio. Ella siempre ha visto mal el tener novio o novia; en nuestro caso, siempre estaba pendiente y, aún que suene machista, así fue con nosotros, imagínense si fuéramos niñas… por eso aproveché y le pregunté:

HIJO – Ma ¿a qué edad tuviste tu primer novio?

MADRE – Anda, hijo, ¿tengo que responder eso?

HIJO – Solo si tú quieres…

MADRE – Bueno… Tuve mi primer novio como a los 17 años, pero no éramos novio como lo son ahora, como ustedes, que enseguida querían hacer lo que sabemos. No, con el primer novio que tuve duré casi año y medio y no hubo ni un besito. A pesar de que siempre me gustó el baile y que era yo quien sacaba a bailar en la “kz” (baile de verbena) y no esperaba a que ellos lo hicieran, cuando veía a mi novio no me gusta, me escondía o me iba para la casa.

HIJO – Si no te gustaba, ¿por qué decidiste ser su novia?

MADRE – Sí me gustaba físicamente, pero mi pensamiento hacia los hombres no era el mejor. Pensaba que, si tenía novio y, posiblemente, marido, este me pegaría como a mamá y no quería eso para mi vida, no fue fácil superarlo. Fue hasta cuando tuve los 20 años que di mi primer beso y fue después de un año de noviazgo con mi segundo novio, con el que duré casi 9 años, pero nunca hubo más que besos. Siempre tuve miedo.

HIJO – ¿Y él te esperó todo ese tiempo?

MADRE – Aparentemente, sí, yo creía que él era mi verdadero amor, con quien formaría una hermosa familia. Nunca me irrespetó y fue muy especial conmigo. Él estudiaba en Barranquilla, sus padres tenían las posibilidades económicas para que así fuera, el muchas veces me pidió que me fuera con él, pero yo me negaba diciendo que no quería ser un obstáculo para su carrera, que terminara y, luego, me iría con él, pero antes de terminar sus estudios llegó al pueblo con una muchacha embarazada, aun siendo mi novio. Eso me partió el alma, era algo que no esperaba. Luego de eso, él me buscó muchas veces, me pidió que lo perdonara, que le diera otra oportunidad. Yo decidí perdonarlo, pero eso no quería decir que iba a volver con él: simplemente, quería estar en paz conmigo y no guardar ninguna clase de resentimientos.

HIJO – ¿Te afectó mucho?

MADRE – Sí, yo llegué a pensar en que debía buscar a alguien que me hiciera uno o dos hijos y, luego, irme a vivir sola con mis hijos. Siempre me gustaron los niños; de hecho, después de querer ser policía mi sueño era ser profesora de preescolar porque yo quería educar niños.

HIJO – ¿Cuánto tiempo pasó para que llegara tu siguiente novio?

MADRE – Pasó un año, después conocí a tu papá, a quien con el pasar del tiempo aprendí a querer, no como antes, pero sí de una forma especial. Y en un año de relación quedé embarazada de ti.

HIJO – ¿Cuando nací, tú ya tenías el hogar de Bienestar?

MADRE – Sí, yo tenía casi cinco años con el hogar de Bienestar, no era lo que quería, pero, a medida que recibíamos las capacitaciones, aprendí a entender mejor a los niños y tanto así que a la fecha ya son casi treinta años.

HIJO – ¿Durante estos casi treinta años te ha tocado enfrentar alguna situación dolorosa?

  

MADRE – Claro que sí, hijo, muchas situaciones dolorosas, pero en especial dos: la muerte del Negro (César) y la muerte de mamá. Me dolió mucho la muerte de mi hermano, pero la muerte de mi mamá aún me duele. Después de la isquemia cerebral que padeció mamá, Martín y yo fuimos quienes más la lidiamos, pero yo me aferré mucho a ella durante esos últimos cinco años.

Fíjate, días antes que mamá se fuera, yo lo presentí. Tanto así que estuve más pendiente de ella y una de las cosas que pasaba por mi mente era que el día que se fuera yo tenía que estar a su lado, tomándola de la mano para hacerle saber que yo siempre estaría con ella y ella conmigo, porque así lo sentí. Pasó exactamente lo que quería; por eso, le agradezco a Dios. Por esa parte, sentí un gran alivio, pero eso no llenaba el vacío que dejó. Ahora lo siento más.

***

Ella se quedó callada, yo no quise interrumpir su silencio, pues, a pesar de mi armadura de periodista, mi madre siempre lograba sacarme de ella, de una forma en la que yo no me daba cuenta, solo cuando ya estaba fuera de ella. Sin duda, fue un momento de reflexión y de mucho silencio, pero, además, sentíamos otra presencia, y no era de un vivo precisamente, pero mi mamá es poco creyente de este tipo de cosas y pronto pensé rápidamente que era mi imaginación.

HIJO – Ma, ¿por qué dices que ahora lo sientes más?

MADRE – Mira, de las cuatro hermanas, la primera que se fue a vivir lejos del pueblo fue tu tía Neidy; ella se fue para Funza (Cundinamarca); luego, está tu tía Rosi, quien viajó y vivió en muchas partes y, finalmente, se estableció en Barranquilla. solo estábamos tu tía Marina y yo, pero ella se fue también para Barranquilla y ahora yo no tengo a nadie.

HIJO – No entiendo por qué lo dices. nos tienes a nosotros.

MADRE – No, hijo, tú no entiendes: la situación con tu papá no es la mejor, desde que tuvo el accidente en la moto y se fracturó la pierna, eso le ha bastado para no hacer más nada, el accidente también lo afectó mentalmente y se ha conformado con el mototaxismo, lo que en realidad no alcanza para ustedes. Ustedes… tu hermano y tú son la razón de mi vida, el motor que me hace trabajar tan fuerte, porque, como bien sabes, yo, además de tener el hogar de Bienestar familiar, vendo cerveza al por mayor; tengo una pequeña tienda que a la vez es mitad miscelánea y deudas en los bancos por pagar, pero ha sido mi buena administración la que nos ha mantenido.

Por ustedes soy capaz de lo que sea, pero me duele que ahora que están estudiando también se han ido. Converso mucho con mis compañeras de trabajo y con los vecinos, pero no es lo mismo y nunca lo será. A ustedes los amo y me hacen mucha falta. Es por eso por lo que el vacío que dejó mamá, lo siento ahora más que nunca. Gracias a Dios, aún tengo a mis niños, quienes me mantienen joven y bella [entre risas]. Porque con ello vuelvo a ser una niña, ellos sanan mi corazón y alivian la fata que ustedes me hacen.

HIJO – ¿Cómo haces para soportar todo esto?

MADRE – En mi mente ronda un pensamiento que me evita desistir de la vida. Con ustedes estoy cultivando, pienso que no los he malcriado y sé que son agradecidos; por eso, pienso que solo es cuestión de esperar para que mi recompensa llegue. Ustedes son el verdadero amor de mi vida y en ustedes tengo mi esperanza.

***

Rápidamente, concluí la entrevista y esta vez fui yo quien voluntariamente se quitó la armadura periodística y me abalancé sobre ella para abrazarla y pedirle perdón y darle las gracias.