Por: Andrés Bohórquez
y Nathaly Cermeño
“Que linda la fiesta es, en un 8 de
diciembre (bis). Al sonar del traqui traqui que sabroso amanecer, con ese
ambiente prendido me dan ganas de beber, la pascua que se avecina, anuncia la
navidad, un año nuevo se espera, que dan ganas de tomar”. Esta
pieza musical que lleva por nombre Las 4
fiestas de Diomedes Díaz se escuchaba a todo timbal mientras íbamos en el
bus de SOBUSA, con destino a la residencia del entrevistado. Realmente daba un
aire navideño y el corazón se invadía de mucha nostalgia al escucharlo, de
igual manera, guardaba de cierta forma, una gran relación con el tema que
elegíamos para esta entrevista, puesto que, el protagonista se dedica a hacer
faroles y de nacimiento fue bautizado Juan, el mismo nombre que, el “cacique de
la junta”, menciona en su sexta estrofa, de esa misma canción que sonó
alrededor de 5 minutos en nuestro trayecto investigativo: “Toma, toma, tomate un trago Juan, toma, toma, que vamos a bailar”.
Frenó
el bus en la calle 17, mi compañera estaba segura en dónde nos bajábamos, era
el barrio La Chinita, yo desconocía
esa parte, lo único que se me hizo familiar fue, la bandera de Barranquilla que
se veía a distancia, la misma que se encuentra cerca al puente Pumarejo. Caminamos,
no veía la hora de llegar a la casa del entrevistado, calles pavimentadas y de
arena, recorrimos por diez minutos. Nathaly parecía aspirante al concejo en
pleno proselitismo político, saludaba a todo el mundo, era de esperarse, su
característica energética y su gran sentido del humor, hacen que ella sea una
mujer muy querida por todos sus amigos de cuadra.
Ahí
vive “Juancho”, me dice mi compañera, señalando con su dedo índice hacia al
frente, era una casa humilde, muchos faroles tapados con cartón y, pedazos de
palos en la acera de su casa. Le dije: ¡vamos a llegar y salimos de esto de una!,
tocamos la puerta en muchas ocasiones y no abrían, nos cansamos de gritar y
tampoco, pero, esto lo hacíamos sabiendo de que no había nadie, simplemente con
el fin de agotar nuestro último recurso. En ese instante pensé en el hambre que
tenía y en el cule viaje que me había echado de Sabanalarga hasta acá. Ella
comprendió enseguida y precisó: tiene que estar en el carricoche, ahorita
llega, vamos a mi casa y volvemos en media hora. Cuatro casas demás, en una
esquina y con un cartel que se leía “se
vende minutos”, llegamos al hogar de nuestra compañera.
Un
niño en ropa interior jugaba en la terraza, su hermana menor pasaba el trapero
en la sala y su mamá, desde la entrada, se veía en la cocina preparando el
almuerzo; sabían de mi llegada, querían atenderme bien. “Buenas, permiso”, dije al entrar y sentarme con el abanico frente a
mi cara, el olor a carne “guisá” me embobó enseguida e hizo estremecer mi
barriga, sonó como licuadora al prender o como inodoro al bajar. Nos sentamos,
ella se cambió de ropa y decidimos formular las preguntas que llevaríamos a cabo.
Cermeño, como es costumbre que yo le diga, me ha dicho, “¡oye, te voy a dar almuerzo!”, yo, haciéndome el penoso y buscando
pretextos, para hacerle creer que evadía a su petición por vergüenza, le decía:
¡no!, que te vas a poner con esas, yo
traje mi almuerzo en el maletín, ¡no te preocupes! Ella persistió y accedí
por lógicas razones. En primera instancia, no desperdiciar la comida por falta
de educación y la otra, por lo rico que se veía. Era una pila de arroz blanco
con papitas amarillas, guiso y una presa de carne, acompañada con un vaso de agua
e´ panela, con hielo picao’.
No
miré la cara de ninguno mientras comía, todos estaban en silencio. Una vez que
finalizamos, nos reposamos y salimos con la intención de encontrar al actor
principal de nuestra obra. Fue preciso, Juan Echeverría, ya nos esperaba en su
casa, puesto que, al momento de no encontrarlo, dejamos la razón con su sobrina
de que nos esperara para dar inicio a la entrevista. Con gran confianza lo
saludamos, era un señor de bastante edad, aproximadamente 69 años, ojos color
azul, por su vejez se veían muy claros, cabello blanco, encima llevaba puesta
una gorra que decía, “Jesús mi jefe”,
camisa marrón, bermuda futbolera y unos zapatos cerrados.
Iniciamos
por preguntarle, ¿cómo nace la idea de
hacer faroles?, nos respondió que, los hacía por poquitos, viendo como lo
fabricaban los demás, invitaba luego a sus amigos de cuadra y le daban la
“liguita” para la ropa de diciembre, hacía unos 500 faroles en sus inicios. Hoy
en día hace 15.000 y son distribuidos por toda Barranquilla, además, es
contribuyente, vende la madera cortada para otros que se dedican a realizar
este oficio.
Un ejemplo de superación personal
A
pesar de no haber recibido educación escolar, “Pello”, como es conocido
cariñosamente por todos sus allegados, le ha brindado formación a su hijo, para
que este se convierta en un profesional competente en esta sociedad que cada
día es más exigente.
Mientras
seguía narrando parte de su conmovedora historia, observamos en sus brazos que,
llevaba varias quemaduras, nuestra intuición periodística no nos dejó escapar
de esa pregunta, inmediatamente mi compañera interrumpe lo que nuestro
entrevistado comentaba y ella con su tono de voz muy sutil, le interrogó: ¿qué te sucedió en las manos?, él por
su parte, al estilo de trabalenguas (rápido) y con una mirada que lo llevó
inmediatamente a recordar ese vil suceso, nos narró que, antes hacía pólvora y
en una de sus fabricaciones, una de las botellas que tenía en sus manos, chocó
con el suelo, botó una chispa y ¡poom!, explotó. Levantando su camisa marrón
hasta el cuello y señalando sus partes corporales que estaban quemadas, nos
demostró que lo sucedido hace 33 años, fue un caso que lo tiene vivo de
milagro.
Por
otra parte, este hombre se le ha medido a todo, tenía una fábrica de bloques en
su patio, manejaba un carro de mulas en donde transportaba “viajecitos” y donde
llevaba el pedido de sus ladrillos, pero, para su fortuna, en uno de sus
viajes, los amigos de lo ajeno lo encañonaron y le quitaron su caballito, el
compañerito de viaje en esa travesía de comerciante.
Actualmente,
este viejito se dedica día y noche a la realización de faroles, desde el mes de
junio inicia con los recortes de madera y con la construcción de las caritas
del farol (cuadro inferior del farol), cuando no es temporada decembrina,
consagra su tiempo realizando escaparates y entre otros trabajos que tengan que
ver en el mundo de la carpintería, de igual manera, se dedica a realizar viajes
en su carricoche.
Decidimos
por un momento salir a la terraza de su hogar, donde nos quería demostrar cómo
se sellaban los faroles, echó pintura blanca en un pote medio lúgubre, le dijo
a una de sus ayudantes que le pasara el molde y dio inició con su función de
estampar; la experiencia se le notaba, era muy ágil al sellar y al dejar
marcado la figura de un árbol navideño en los papeles del farol. Aprovechamos
para realizar varias fotos, mientras Echeverry Polo estaba en acción.
Por
último, antes de despedirnos, nuestro interrogante de cierre fue: ¿en algún momento de su vida, le han
realizado algún reconocimiento por todo su trabajo? ¡No!, exclama sin
pensar y con una mirada profunda, dándonos a conocer su sentimiento de
tristeza. No podemos mentir, realmente nuestras almas se invadieron de
compasión y a nuestra mente vino el deseo de querer resaltar la labor de este
gran ser humano que, sin duda alguna es ejemplo de superación personal para
muchos de nosotros. “Hasta luego y muchas gracias señor Juan”,
fueron las últimas palabras que salieron de nuestros labios, en señal de
volvernos a ver en otra ocasión. Él muy amablemente y educado solo dijo: ¡Chao,
muchas gracias y que Dios los bendiga!
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