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lunes, 3 de diciembre de 2018

Mil oficios, un solo corazón



Por: Andrés Bohórquez y Nathaly Cermeño




“Que linda la fiesta es, en un 8 de diciembre (bis). Al sonar del traqui traqui que sabroso amanecer, con ese ambiente prendido me dan ganas de beber, la pascua que se avecina, anuncia la navidad, un año nuevo se espera, que dan ganas de tomar”.  Esta pieza musical que lleva por nombre Las 4 fiestas de Diomedes Díaz se escuchaba a todo timbal mientras íbamos en el bus de SOBUSA, con destino a la residencia del entrevistado. Realmente daba un aire navideño y el corazón se invadía de mucha nostalgia al escucharlo, de igual manera, guardaba de cierta forma, una gran relación con el tema que elegíamos para esta entrevista, puesto que, el protagonista se dedica a hacer faroles y de nacimiento fue bautizado Juan, el mismo nombre que, el “cacique de la junta”, menciona en su sexta estrofa, de esa misma canción que sonó alrededor de 5 minutos en nuestro trayecto investigativo: “Toma, toma, tomate un trago Juan, toma, toma, que vamos a bailar”.


Frenó el bus en la calle 17, mi compañera estaba segura en dónde nos bajábamos, era el barrio La Chinita, yo desconocía esa parte, lo único que se me hizo familiar fue, la bandera de Barranquilla que se veía a distancia, la misma que se encuentra cerca al puente Pumarejo. Caminamos, no veía la hora de llegar a la casa del entrevistado, calles pavimentadas y de arena, recorrimos por diez minutos. Nathaly parecía aspirante al concejo en pleno proselitismo político, saludaba a todo el mundo, era de esperarse, su característica energética y su gran sentido del humor, hacen que ella sea una mujer muy querida por todos sus amigos de cuadra.

Ahí vive “Juancho”, me dice mi compañera, señalando con su dedo índice hacia al frente, era una casa humilde, muchos faroles tapados con cartón y, pedazos de palos en la acera de su casa. Le dije: ¡vamos a llegar y salimos de esto de una!, tocamos la puerta en muchas ocasiones y no abrían, nos cansamos de gritar y tampoco, pero, esto lo hacíamos sabiendo de que no había nadie, simplemente con el fin de agotar nuestro último recurso. En ese instante pensé en el hambre que tenía y en el cule viaje que me había echado de Sabanalarga hasta acá. Ella comprendió enseguida y precisó: tiene que estar en el carricoche, ahorita llega, vamos a mi casa y volvemos en media hora. Cuatro casas demás, en una esquina y con un cartel que se leía “se vende minutos”, llegamos al hogar de nuestra compañera.

Un niño en ropa interior jugaba en la terraza, su hermana menor pasaba el trapero en la sala y su mamá, desde la entrada, se veía en la cocina preparando el almuerzo; sabían de mi llegada, querían atenderme bien. “Buenas, permiso”, dije al entrar y sentarme con el abanico frente a mi cara, el olor a carne “guisá” me embobó enseguida e hizo estremecer mi barriga, sonó como licuadora al prender o como inodoro al bajar. Nos sentamos, ella se cambió de ropa y decidimos formular las preguntas que llevaríamos a cabo. Cermeño, como es costumbre que yo le diga, me ha dicho, “¡oye, te voy a dar almuerzo!”, yo, haciéndome el penoso y buscando pretextos, para hacerle creer que evadía a su petición por vergüenza, le decía: ¡no!, que te vas a poner con esas, yo traje mi almuerzo en el maletín, ¡no te preocupes! Ella persistió y accedí por lógicas razones. En primera instancia, no desperdiciar la comida por falta de educación y la otra, por lo rico que se veía. Era una pila de arroz blanco con papitas amarillas, guiso y una presa de carne, acompañada con un vaso de agua e´ panela, con hielo picao’. 

No miré la cara de ninguno mientras comía, todos estaban en silencio. Una vez que finalizamos, nos reposamos y salimos con la intención de encontrar al actor principal de nuestra obra. Fue preciso, Juan Echeverría, ya nos esperaba en su casa, puesto que, al momento de no encontrarlo, dejamos la razón con su sobrina de que nos esperara para dar inicio a la entrevista. Con gran confianza lo saludamos, era un señor de bastante edad, aproximadamente 69 años, ojos color azul, por su vejez se veían muy claros, cabello blanco, encima llevaba puesta una gorra que decía, “Jesús mi jefe”, camisa marrón, bermuda futbolera y unos zapatos cerrados.

Iniciamos por preguntarle, ¿cómo nace la idea de hacer faroles?, nos respondió que, los hacía por poquitos, viendo como lo fabricaban los demás, invitaba luego a sus amigos de cuadra y le daban la “liguita” para la ropa de diciembre, hacía unos 500 faroles en sus inicios. Hoy en día hace 15.000 y son distribuidos por toda Barranquilla, además, es contribuyente, vende la madera cortada para otros que se dedican a realizar este oficio.

Un ejemplo de superación personal

A pesar de no haber recibido educación escolar, “Pello”, como es conocido cariñosamente por todos sus allegados, le ha brindado formación a su hijo, para que este se convierta en un profesional competente en esta sociedad que cada día es más exigente.

Mientras seguía narrando parte de su conmovedora historia, observamos en sus brazos que, llevaba varias quemaduras, nuestra intuición periodística no nos dejó escapar de esa pregunta, inmediatamente mi compañera interrumpe lo que nuestro entrevistado comentaba y ella con su tono de voz muy sutil, le interrogó: ¿qué te sucedió en las manos?, él por su parte, al estilo de trabalenguas (rápido) y con una mirada que lo llevó inmediatamente a recordar ese vil suceso, nos narró que, antes hacía pólvora y en una de sus fabricaciones, una de las botellas que tenía en sus manos, chocó con el suelo, botó una chispa y ¡poom!, explotó. Levantando su camisa marrón hasta el cuello y señalando sus partes corporales que estaban quemadas, nos demostró que lo sucedido hace 33 años, fue un caso que lo tiene vivo de milagro.

Por otra parte, este hombre se le ha medido a todo, tenía una fábrica de bloques en su patio, manejaba un carro de mulas en donde transportaba “viajecitos” y donde llevaba el pedido de sus ladrillos, pero, para su fortuna, en uno de sus viajes, los amigos de lo ajeno lo encañonaron y le quitaron su caballito, el compañerito de viaje en esa travesía de comerciante.

Actualmente, este viejito se dedica día y noche a la realización de faroles, desde el mes de junio inicia con los recortes de madera y con la construcción de las caritas del farol (cuadro inferior del farol), cuando no es temporada decembrina, consagra su tiempo realizando escaparates y entre otros trabajos que tengan que ver en el mundo de la carpintería, de igual manera, se dedica a realizar viajes en su carricoche.

Decidimos por un momento salir a la terraza de su hogar, donde nos quería demostrar cómo se sellaban los faroles, echó pintura blanca en un pote medio lúgubre, le dijo a una de sus ayudantes que le pasara el molde y dio inició con su función de estampar; la experiencia se le notaba, era muy ágil al sellar y al dejar marcado la figura de un árbol navideño en los papeles del farol. Aprovechamos para realizar varias fotos, mientras Echeverry Polo estaba en acción.

Por último, antes de despedirnos, nuestro interrogante de cierre fue: ¿en algún momento de su vida, le han realizado algún reconocimiento por todo su trabajo? ¡No!, exclama sin pensar y con una mirada profunda, dándonos a conocer su sentimiento de tristeza. No podemos mentir, realmente nuestras almas se invadieron de compasión y a nuestra mente vino el deseo de querer resaltar la labor de este gran ser humano que, sin duda alguna es ejemplo de superación personal para muchos de nosotros.  Hasta luego y muchas gracias señor Juan”, fueron las últimas palabras que salieron de nuestros labios, en señal de volvernos a ver en otra ocasión. Él muy amablemente y educado solo dijo: ¡Chao, muchas gracias y que Dios los bendiga!

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