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martes, 27 de noviembre de 2018

“Actuar es sentir que vives”: un encuentro con el director de teatro Nibaldo Castro


Por Alba Luz Páez y Lady Molinares Morales

 Dicen que los actores viven muchas vidas: viven la suya propia y, por momentos, se roban la esencia de otro personaje, se roban los recuerdos de otra persona para encarnarlos en un segundo de gloria sobre el escenario. Siendo así, es simplemente lógico que tales personas estén medio locas.

Nibaldo Castro estaba loco. Nosotras lo confirmamos.


Un dieciocho de noviembre, como a las dos de la tarde y bajo pleno sol ardiente, caminamos unas dos cuadras infernales para toparnos tímidamente con una casona totalmente blanca. Entre la monotonía de los suburbios asemejaba una especie de oasis, de isla. Lo primero que nos recibió al entrar fue un sonriente muchacho al cual nunca le preguntamos su nombre, no sentimos la necesidad de hacerlo. Confirmamos con él que estábamos en el sitio indicado, que habíamos llegado a la oficina de Nibaldo Castro, el director de teatro, y, de repente, todo cobró un poco más de sentido. Después de todo, ¿una oficina para un actor? Esa pregunta no dejaba de darnos vueltas en la cabeza.

Desde que atravesamos el umbral de la puerta principal, se respiraba teatro: telas, pinturas, tarimas, muebles, vestuario, instrumentos. Todo lo necesario para una obra (o dos). Con torpeza, preguntamos por el susodicho, pero solamente nos hacían esperar mientras pintaban por cuarta vez el mismo pedazo de reja de blanco. Hasta que apareció, por fin, nuestro personaje.

Y parecía que acababa de levantarse.

Vestía sudadera gris, una camiseta blanca, en chancletas y un arete en el lóbulo derecho. A decir verdad, ninguna de nosotras tenía expectativa alguna sobre cómo sería el director. Pero, incluso así, Nibaldo logró romperlas todas. Se paseó por todo el lugar con la presencia de un director, la vulgaridad de un costeño, pero con la calurosidad de un padre, y no precisamente por su hijo corriendo sobre las tarimas. En toda la casa se sentía un ambiente familiar muy bello, pero al mismo tiempo la disciplina de un teatro.

Aunque varias veces pensamos que quizá Nibaldo olvidó acerca de la entrevista. Se veía apresurado, arreglando y armando para una presentación ese mismo día, tratando de hacernos un espacio entre tanto ajetreo. Las personas a su alrededor no nos prestaban mucha atención, lo cual estaba perfecto, pero al mismo tiempo nos hacía preguntarnos cuántas personas venían a buscar a Nibaldo, siendo tan normal tener a dos extraños esperando una entrevista.

Curiosamente, y como si leyera nuestras mentes, lo primero que dijo Nibaldo al momento de sentarnos juntos en su verdadera oficina, fue que se le olvidó el compromiso de nuestra entrevista. Hasta ese momento, nuestra impresión de él era de un mamador de gallo, recochero, pero dedicado actor que vivía el momento. Una persona pasional que seguía lo que su corazón le dictara (porque si no, ¿quién sería artista?) y volaba en lugar de caminar. Aún así, nada de eso no quitaba que en nuestra mente inmadura él sonaba como alguien más bien calculador. Alguien que pensaba cada movimiento, cada palabra. Como si tuviera un plan prediseñado, o como si supiera de antemano lo que queríamos decir o pensar.
Y luego empezó a hablar.

Desde la primera palabra que dijo, fue un cambio casi radical: seguía siendo él, hablando con su gracia, su carisma y su voz grave, rasposa, pero se notaba que detrás de lo que decía habían años bien vividos, habían libros leídos, habían errores cometidos y remediados. Fue gracioso cómo nos lo hizo saber. Entre alguna de las preguntas que teníamos para él, habló sobre la percepción, y cómo probablemente nuestra idea de él había cambiado: afuera fue una y adentro, ahí, sería otra. Realmente, un hombre calculador.

Y un hombre preocupado por las cosas que amaba, también. Desde el primer momento en que empezó a responder sobre sus primeros roces con el teatro, sus ojos se iluminaron como un niño que habla de un juguete nuevo que adora, o de una mascota que habían prometido tres navidades seguidas. Un aura aniñada, pero al mismo tiempo madura, hipnotizante en su extrañeza, lo envolvió. Fue como verlo en una luz completamente diferente.

Paradójicamente, al principio no le gustaba el teatro, pensaba que era para vagos o para los gays. Evadía todo lo que tuviera que ver con eso, sobretodo en el colegio. Pero fue justamente allí donde tuvo su primer encuentro con este arte: las electivas de cultura que pudo tomar eran Dibujo Técnico y Teatro, estando las demás canceladas, así que al no poderse estar quieto terminó seleccionando teatro. Después de mucha evasión, terminó cediendo, y se le dio la oportunidad de ser partícipe de este bello arte a sus 13 años, su primer papel fue de la muerte, en una obra llamada La letra de Dios padre, pero durante la presentación se le olvidó completamente  el libreto, y, desde ese día, no puede vivir sin el público, descubrió que el teatro era su proyecto de vida.

Relató cómo, básicamente, había sido director de teatro desde noveno grado, y se notaba. En la manera en la que hablaba y se expresaba, se notaba que el teatro era su vida, que corría por sus venas. Así como que estudió contaduría en la Universidad del Atlántico, para mantenerse, además de su pasión, como director.

Y mencionó bastante el factor económico. Expresó varias veces que era difícil mantenerse a flote solamente del teatro...Pero que aún así era feliz haciéndolo y que con perseverancia logró llegar a donde estaba ahora, trabajando con el gobierno y enseñando a otros sobre este bello arte. De repente, la casa se veía diferente. No se nos hizo más grande ni más lujosa, pero sí más especial. Ni siquiera fue regalada, pues entre el grupo aportaron el resto para poder comprarla. La placa en la entrada con el símbolo de la alcaldía ahora se veía más brillante ante nuestros ojos. Se merecían mucho más, o al menos eso fue lo que pensamos.

 
La conversación (porque ya no se sentía tanto como una entrevista) continuó por un rato, hasta que nos hundimos en un cómodo silencio y nos levantamos para irnos. Y nos fuimos, así, tan rápido como llegamos, pero con un sentimiento enorme en el pecho que nos invitaba a quedarnos, o, al menos, a volver. Cuando nos separamos para tomar el transporte público, supimos solamente con mirarnos y despedirnos que en nuestras cabezas resonaba una frase al mismo tiempo: “Hay un momento en que el personaje hace parte de ti, hay una levedad y la presencia del actor... eso es indescriptible, mágico.”

Nibaldo Castro es un tomador, mamador de gallo, y hasta un loco, pero tiene un corazón enorme en el que caben millones de personajes, así como sus historias. Historias que cobran vida a través de su piel, a través de su rostro. Es un espíritu libre que se olvida de sus entrevistas, pero que se preocupa por sus niñas y les enseña a tomar para que no se aprovechen de ellas. Es un padre orgulloso que presume a su hijo revoltoso, y el amigo que se merece todo el mundo.

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