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miércoles, 28 de noviembre de 2018

“CURRUCHO”: LA ALEGRÍA DE UN PUEBLO


Por: Jesús Rúa Fontalvo y Daniela Rodríguez

Son las 6:45 Pm, vamos camino al barrio Las Flores del corregimiento de Puerto Giraldo, Atlántico. Al llegar a la casa de Currucho, lo encontramos sentado en la puerta, jugando una partida de siglo con algunos de sus amigos. Al vernos llegar, su sorpresa fue evidente, había olvidado completamente que tenía una entrevista conmigo. Con una sonrisa apenada, se levanta de la mesa y rápidamente saca dos sillas. Pidió que nos apresuráramos porque el partido de junior iba a empezar dentro de poco.

 Su nombre de pila es Robinson Arrieta Beltrán, un habitante de Puerto Giraldo que es popular en la población y también en sus alrededores por su amor al carnaval. Su personalidad es extrovertida, es de la clase de personas que tienen un chiste para cada ocasión y que buscan siempre verle el lado bueno a las cosas. Resulta completamente imposible tener una conversación con él sin poder soltar una carcajada por las ocurrencias que tiene. Sabiendo todo esto, supe que nuestra entrevista sería muy dinámica y de muchas risas, algo que me emocionó mucho.


Su trabajo es vender Raspados en el pueblo; además, es payaso en fiestas infantiles, pero lo que realmente lo apasiona es disfrazarse en carnavales para sacarle sonrisas a las demás personas.
La primera duda que quisimos despejar fue porqué le llamaban Currucho. Su rostro se invadió de nostalgia, acompañada de una sonrisa de niño al recordar cómo en su infancia lo empezaron a llamar de esa forma por un pájaro que cantaba mucho y fue por esa razón que las personas cercanas a él lo apodaron así.

Mientras se escucha de fondo un vallenato de Farid Ortiz en la radio, Currucho recuerda que su amor por el carnaval nace desde muy joven, cuando decidió disfrazarse por primera vez. No recuerda con claridad qué fue lo que lo motivó a empezar esa tradición, pero, desde entonces, espera los carnavales para poder disfrazarse y sacarle sonrisas a las personas que lo ven.

Al paso de los minutos y de las palabras, nos trasmitía su emoción al hablar sobre el carnaval. Pude notar con el brillo de su mirada, la satisfacción con la que Currucho recordaba anécdotas sobre el cariño que le tiene la gente del pueblo. Cuando llega a un salón burrero, todos quieren tomarse fotos junto a él y cuenta que es muy lindo llegar a su casa borracho y con plata que la gente le regala por sacarles sonrisas con los disfraces que inventa.

Currucho considera que su vida ha sido feliz y no es para menos: en gran parte se la ha dedicado al carnaval, tiene en su casa un cuarto exclusivamente para sus disfraces y para crearlos, los planea con muchos meses de anticipación. Todo esto lo hace en privado, ya que considera que, si las personas se enteran de lo que se va a disfrazar, entonces, ya no tendría ningún chiste.

Pero todo no puede ser alegría. Su sonrisa de niño se borra de su rostro cuando le preguntamos su opinión sobre cómo las tradiciones del carnaval se han ido perdiendo de a poco con el paso de los años. No duda en darme la razón y ahora, con un tono más serio de voz, recuerda cómo antes se sentía más amor por el carnaval. Con su mirada puesta en mí, me comenta que, si todo sigue así, cuando él muera también morirá el carnaval en Puerto Giraldo. Años anteriores, la gente salía disfrazada en mayor cantidad y, con el paso del tiempo, todo esto se ha ido acabando. Para él, ha faltado apoyo de la alcaldesa para mantener vivas las tradiciones del carnaval en el pueblo. Considera que se necesita de un comité de personas como él, que sientan amor por su pueblo y por el carnaval para sacarlo adelante y no dejarlo morir.

Volviendo al lado feliz del tema, quisimos conocer sobre cómo conseguía Currucho la inspiración para crear sus disfraces. Mientras su esposa observa con silencio nuestra conversación. Y afirma con su cabeza y una sonrisa apenada cada cosa que su esposo dice y comenta que él pasa todo el día por fuera de casa en carnavales. Para ella, ya es algo normal, pero comenta que en ocasiones es molesto que su esposo ande por la calle por querer andar disfrazado.

 El sueño de muchos padres es que sus hijos sigan sus pasos. En el caso de Currucho, no es la excepción: su deseo es que la tradición de sacarle sonrisas a las personas en carnavales continúe; infortunadamente, para él, sus hijos no están interesados en lo que su papá hace, pero el guarda la esperanza de que alguien se anime a continuar con lo que su tradición.

Por último, Currucho nos deja una reflexión para las nuevas generaciones, los invita a animarse a seguir con esta tradición, ya que es algo que da plata, en un día puede hacer hasta 200 o 300 mil pesos sacando risas y alegrando a quienes lo ven. Su tono serio de voz vuelve a ser notorio cuando habla sobre cómo actualmente la juventud está perdida en las drogas. Lo importante es tomar un camino, pero no uno malo sino uno que lo lleve a conseguir cosas buenas.

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