Por:
Karolain Caballero y Valentina Cantillo
La
tierra era árida y marchita, pero los niños corrían tras pelotas y risas. No
teníamos ni la más remota idea de dónde estábamos. Cada kilómetro avanzado era
el disfrute satírico de ver otro árbol exactamente igual al anterior, pero, con
la diferencia, de que ya no nos importaba. De alguna u otra manera, sabíamos
que llegaríamos a salvo, por destino o por caridad: “¡Señor, nos avisa cuando
lleguemos al Vaivén!”, le pedimos al auxiliar de bus, (ahondando en lo retórico)
pero el pobre tenía tantos “me avisa cuando lleguemos" en la cabeza, que
ya no se acordaba de ninguno.
El
abrasante calor en el bus se podía palpar con los poros. Era tan denso que ya
nadie respiraba, y tan normal en la costa que ya nadie se daba cuenta. Todos
agitaban sus manos en el aire con dirección a sus rostros chorreantes como un
acto mecánico de pura supervivencia. Al llegar al Vaivén, nos dimos cuenta de que,
prácticamente, era Juan de Acosta: la tierra del sancocho de cabeza e' sábalo,
donde el sol está más alto y el pavimento es un mito.
Llegamos
a la casa de El ejemplo del pueblo: Hubeimar Redondo, o, mejor dicho,
Weimar, quien también es el empresario de la villa. Sus ojos desorbitados y su
andar estático-errático nos anonadó por unos segundos donde no pudimos decir
algo mejor que “buenas, ¿cómo está?”, acompañado de la más inteligente sonrisa.
Su casa es, en efecto, muy humilde. No diría que precaria, sino humilde;
característica de un municipio. Por lo menos, es una casa amplia, un atributo que
muchos citadinos sueñan con tener. Una mujer de ojos envejecidos nos recibió.
Su tez era tan blanca como la Patagonia en pleno invierno, su andar manso y su
larga falda no coincidían con su, aunque pálida, tersa piel.
Hubeimar
no se levantó de su silla en ningún momento de la entrevista, tal vez porque no
podía. Nos sentamos en un par de asientos frente a él que su envejecida hermana,
de 18 años, Gina Echeverría nos tendió muy amablemente. Gina se asentó al lado
de nosotras, por si no entendíamos algo. Hubeimar era un tipo tan importante,
que necesitaba traductor.
Hubeimar,
un emprendedor de treinta y dos años, tiene, actualmente, ubicado en su casa,
un negocio de planes de minutos e internet con operadores Tigo y Claro. Un
negocio que le ha generado a su familia una entrada económica importante e
indispensable. “Un día no estaba haciendo nada y se me ocurrió la idea de
negocio". Hubeimar, con su personalidad pícara pero inocente, es una
constante contradicción de los límites de la vida. Con sus manos torcidas y
lenguaje embolatado intentaba, con mucho esfuerzo, hacer entendible el torrente
de ideas que brotaban de su mente. Todos, en la habitación, podíamos ver como
las letras se escribían solas, con dificultad y lentitud, en el aire.
Se
graduó de bachiller en la Institución Educativa Técnica Juan V Padilla, donde,
a sus ojos, era amado por todos. “¿Qué quieres hacer?” -Estudiar, dijo. Hubeimar
quiere estudiar Administración de empresas, ya que desde pequeño le gustan los
negocios: “Por mi dificultad, no puedo hacer algo que necesite mucho
movimiento. Por eso, quiero ser empresario". Pero, en realidad, Hubeimar se
mueve muchísimo. Viaja a Barranquilla cada seis meses para poder comprar los
planes para su negocio. Como viaja en silla de ruedas, aquella que da calor,
unos amigos le ayudan a cargarle para montarse en el bus y, luego, él se vale
por su cuenta: “yo tengo fuerza”, dice.
Su
meta de abrir un local para ubicar mejor su negocio y añadirle internet, fue
trabada por cuestiones económicas, pero aún está latente. Gina, su hermana, le
ayuda a atender en el negocio, e, incluso, a atender su vida: le ayuda a
bañarse y a cambiarse. “Hubeimar come solo", profiere. Imagino que la
vejez de su parecer es producto de una vida difícil y áspera, donde cuida a su
hermano por las mañanas y hace vestidos de niña en la noche para vender a cinco
mil pesos.
Hubeimar
es un juniorista a morir. “Junior era bueno, era cipote de equipo. Ahora, un
poquito bueno", dijo. Él nunca ha ido al estadio a ver el equipo en acción,
debe ser por eso que le gusta; la verdad es que yo nunca he visto un fútbol tan
malo como ese. Lo que sí puedo entender es que ese amor al futbol pudo estar
impartido por su padre ahora ausente. Su papá se separó de su mamá hace mucho
tiempo ya, pero aún se siguen viendo. Incluso, llegó a comprar un plan de
minutos mientras nosotros conversábamos con El ejemplo del pueblo. Hubeimar
ha jugado fútbol de rodillas, y le encanta.
París
y Bogotá quieren conocer a Hubeimar. Sí, no lo digo al revés porque ya él habla
como si conociera, de mucho, ese par de ciudades. Quiere viajar a ellas para
materializar sus visiones y así, como cualquier otro ser humano normal, casarse
y tener hijos. “¿Qué hubieses sido si no tuvieras parálisis cerebral
Hubeimar?”, -futbolista, contestó. El mundo se ha perdido de,
probablemente, el mejor futbolista nunca antes visto, y, además, un gran líder
social. Hubeimar quiere el bienestar del pueblo antes que el propio, pero sí,
hay algo cierto, tal vez si no estuviese enfermo no fuera la noble persona que
es hoy. Infortunadamente, el ser humano debe ver la muerte cerca para ser más
humano.
El
corazón de Hubeimar es puro: “Dios me ama, me lo dijo". Hace 15 años es
cristiano evangélico porque, dice él, no sentía nada en la iglesia católica.
Eso me dice que la fe de Hubeimar es emocional, de momentos, de ruido; él no lo
siente en el silencio y no lo culpo. Ya ha tenido mucho silencio en su vida. Hoy
Hubeimar representa el 0,4% de cada 100 personas en el mundo que sufre de
parálisis cerebral durante el parto prematuro y, además, representa a ese
porcentaje tan reducido de gente que ve la vida de otra manera.
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