“Estoy
muy interesado en el progreso y
avance
del periodismo, después de haber dejado
parte de
mi vida en esa profesión,
la recuerdo como una noble profesión de
inigualable importancia por su influencia.”
Joseph
pulitzer
Por Andrea Hasselbrinck
En un mundo poblado de arquitectos, ingenieros, administradores,
médicos, entre otros, donde la lógica matemática reinaba, destronando y
pordebajeando o humillando al área de las humanidades y las ciencias sociales hasta
que, a mediados del siglo XVlll, llegó la luz de las primeras muestras del
periodismo a nuestras vidas; no obstante, su estudio comenzó muchos años
después con el auge del mismo (que en aquel entonces no era una profesión
académica) cuando se vislumbró la necesidad de crear normativas que lo
regularan, tanto el ejercicio periodístico como a sus autores, los periodistas.
Desde tiempos inmemorables, cualquiera creía tener el
poder y conocimiento para ser periodistas. Hoy en día, estos autoproclamados
difusores de información sin formación se hacen llamar “twitteros de
actualidad”, antes se titulaban como periodistas empíricos, y Colombia no es la
excepción. Las grandes figuras locales como Henry Forero, Estewil Quesada,
Marcos Péres, Juan Gossaín, Osvaldo Sampayo, etc el cartón del periodismo se
los dio la vida, no una universidad con
registro de calidad ni una inversión económica literalmente millonaria para su estudio
académico; como mucho, harían un curso técnico en periodismo para portar la tarjeta
profesional con algunos estudios aparte de “la universidad de la vida”.
Sé que debemos ser comprensivos con la llamada
“generación de oro”, pues muchos de ellos no tenían la oportunidad económica ni
de acceso a las escuelas de periodismo porque eran inexistentes; sin embargo,
la cifra de periodistas actualmente sin título (exceptuando a la “vieja
guardia”) ha disminuido, mas no desaparecido. Por suerte, muchas universidades y
estudiosos se han apropiado de ese deber implícito, que era suplir esa falencia
de la comunicación social y el periodismo como un campo de estudio visto desde
la academia y no solo en el ejercicio práctico.
Pero esto no es suficiente, se necesita una regulación,
leyes que nos rijan, pero también que nos amparen, que nos digan la diferencia
entre lo que está bien o mal, trazar las líneas que no debemos cruzar, necesitamos
hablar de esas cosas, debatirlas, así como con el Proyecto de Ley No 234 de
2018.
Este proyecto de ley trata de “Artículo 1º. Objeto: La presente ley tiene por objeto reconocer la
profesión del Comunicador Social – Periodista y Organizacional, la cual tiene
como función la investigación, redacción, producción y divulgación de
contenidos periodísticos y la actividad de información a través de medios de
comunicación y/o empresarial.” 1 Donde principalmente se busca dignificar la
profesión de los comunicadores (incluyendo a la comunidad de Producción de
Radio y Televisión), articulándose con el código de ética que sirve como la
tiza que trazará la necesaria línea divisoria de la que hablaba anteriormente
para dictaminar lo que es el deber ser del periodista integral y transparente y, por supuesto, ético.
“En este sentido, el código de ética es formulado con la finalidad de crear
un marco normativo que controle las acciones de las personas o conductas
organizacionales, así como establecer los valores que deben ser respetados y
considerados por todos los profesionales de un área de trabajo o por los
integrantes de una organización o empresa.
De esta manera, se expone cuál es la manera correcta de realizar una
actividad profesional, se fortalecen los compromisos, las comunicaciones
asertivas y los fundamentos sobre los cuales se basa una organización.
Asimismo, funciona como una guía para desarrollar gestiones de trabajo,
estrategias y toma decisiones coherentes siguiendo una serie de lineamientos en
los que se consideran los intereses internos y externos de la empresa.” 2
Esa unión perfecta e indisoluble entre la ética el periodismo, el matrimonio que con su cumplimiento y buena convivencia nos garantiza no solo un ejercicio de calidad, sino una certeza de cumplir con aquello de ser “la voz de quienes no pueden hablar”.
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