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miércoles, 24 de junio de 2020

La ética y el periodismo: matrimonio perfecto

“Estoy muy interesado en el progreso y
avance del periodismo, después de haber dejado
parte de mi vida en esa profesión,
la recuerdo como una noble profesión de
inigualable importancia por su influencia.”
Joseph pulitzer

Por Andrea Hasselbrinck

En un mundo poblado de arquitectos, ingenieros, administradores, médicos, entre otros, donde la lógica matemática reinaba, destronando y pordebajeando o humillando al área de las humanidades y las ciencias sociales hasta que, a mediados del siglo XVlll, llegó la luz de las primeras muestras del periodismo a nuestras vidas; no obstante, su estudio comenzó muchos años después con el auge del mismo (que en aquel entonces no era una profesión académica) cuando se vislumbró la necesidad de crear normativas que lo regularan, tanto el ejercicio periodístico como a sus autores, los periodistas.  

Desde tiempos inmemorables, cualquiera creía tener el poder y conocimiento para ser periodistas. Hoy en día, estos autoproclamados difusores de información sin formación se hacen llamar “twitteros de actualidad”, antes se titulaban como periodistas empíricos, y Colombia no es la excepción. Las grandes figuras locales como Henry Forero, Estewil Quesada, Marcos Péres, Juan Gossaín, Osvaldo Sampayo, etc el cartón del periodismo se los dio la vida, no una  universidad con registro de calidad ni una inversión económica literalmente millonaria para su estudio académico; como mucho, harían un curso técnico en periodismo para portar la tarjeta profesional con algunos estudios aparte de “la universidad de la vida”.

Sé que debemos ser comprensivos con la llamada “generación de oro”, pues muchos de ellos no tenían la oportunidad económica ni de acceso a las escuelas de periodismo porque eran inexistentes; sin embargo, la cifra de periodistas actualmente sin título (exceptuando a la “vieja guardia”) ha disminuido, mas no desaparecido. Por suerte, muchas universidades y estudiosos se han apropiado de ese deber implícito, que era suplir esa falencia de la comunicación social y el periodismo como un campo de estudio visto desde la academia y no solo en el ejercicio práctico.

Pero esto no es suficiente, se necesita una regulación, leyes que nos rijan, pero también que nos amparen, que nos digan la diferencia entre lo que está bien o mal, trazar las líneas que no debemos cruzar, necesitamos hablar de esas cosas, debatirlas, así como con el Proyecto de Ley No 234 de 2018.

Este proyecto de ley trata de “Artículo 1º. Objeto: La presente ley tiene por objeto reconocer la profesión del Comunicador Social – Periodista y Organizacional, la cual tiene como función la investigación, redacción, producción y divulgación de contenidos periodísticos y la actividad de información a través de medios de comunicación y/o empresarial.” 1  Donde principalmente se busca dignificar la profesión de los comunicadores (incluyendo a la comunidad de Producción de Radio y Televisión), articulándose con el código de ética que sirve como la tiza que trazará la necesaria línea divisoria de la que hablaba anteriormente para dictaminar lo que es el deber ser del periodista integral y transparente y, por supuesto, ético.

“En este sentido, el código de ética es formulado con la finalidad de crear un marco normativo que controle las acciones de las personas o conductas organizacionales, así como establecer los valores que deben ser respetados y considerados por todos los profesionales de un área de trabajo o por los integrantes de una organización o empresa.

De esta manera, se expone cuál es la manera correcta de realizar una actividad profesional, se fortalecen los compromisos, las comunicaciones asertivas y los fundamentos sobre los cuales se basa una organización.

Asimismo, funciona como una guía para desarrollar gestiones de trabajo, estrategias y toma decisiones coherentes siguiendo una serie de lineamientos en los que se consideran los intereses internos y externos de la empresa.” 2

Esa unión perfecta e indisoluble entre la ética el periodismo, el matrimonio que con su cumplimiento y buena convivencia nos garantiza no solo un ejercicio de calidad, sino una certeza de cumplir con aquello de ser “la voz de quienes no pueden hablar”.

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