Alberto
Martínez Monterrosa es comunicador social, con formación económica, tiene
maestría en educación y un doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad del
Norte. Fue periodista de los diarios El
Universal, El Espectador, La Republic y Portafolio; fue asesor de la Presidencia
de la Republica, decano de Comunicación Social de la Universidad del Norte y,
actualmente, se desempeña como docente en esta institución y columnista de el
periódico El Heraldo.
Es
hijo adoptivo de Barranquilla, devoto de la Virgen María, y periodista de pura
de sangre.
Siendo cartagenero, ¿por qué decidió radicarse en
Barranquilla y no en otro lugar?
Cuando
vivíamos en Bogotá, mi esposa y yo siempre decidimos que teníamos que regresar
a la Costa Caribe, los barranquilleros y los cartageneros siempre hemos tenido
una rencilla natural, producto de los enfrentamientos deportivos de la época y
yo decía que teníamos que volver a Cartagena, ella asumía que Cartagena era
como un barrio turístico de Barranquilla y veía a Cartagena como turismo no
como un lugar para vivir, las peleas eran tales que un día decidimos no hablar
del tema en la casa, porque siempre que hablábamos de eso terminábamos en
discusión; la cosa era tan clara que cuando regresamos a la Costa, ella regresó
a Barranquilla, y yo a Cartagena y nos encontrábamos los fines de semana, pero
Cartagena es una ciudad muy estrella, limitada, cerrada, en donde los espacios
laborales tienden a ser muy excluyentes y aún cuando yo estaba de decano de la
facultad de Comunicación Social de la Tadeo Sentí que la ciudad, los colegas,
me veían como un invasor y yo lo que quería después de 18 años de estar en Bogotá,
haberme formado en Bogotá, y haber trabajado en los principales medios allá,
llevar como todo ese bagaje a Cartagena y aportarlo a mi ciudad y no fue así,
los espacios siempre se me cerraron. Un día tomé la de quedarme en
Barranquilla, ya estaba agotado; además, porque dure 3 años viajando; todos los
días me iba a las 5 de la mañana y regresaba a las 6 de la tarde y el primer año
que estuve en Barranquilla la Fundación Carnaval me llamó para escribir el
bando de la reina Daniela Donado y, entonces, empecé a evaluar, mi ciudad me
cierra las puertas un poco y la ciudad a la que nunca quise venir me entrega
nada más y nada menos que el bando de su reina, una cosa tan emblemática como
el carnaval, y tomé la decisión de quedarme en Barranquilla porque es una
ciudad generosa, abierta, cálida que le da la bienvenida a todo aquel que
quiera hacerle un aporte a su desarrollo, a su cultura.
Usted es un crítico activo de los medios ¿Cuál ha
sido la situación o el momento más difícil de su carrera periodística?
Yo
creo que han sido tan pocos y tan pocos relevantes que no los recuerdo, yo he
tenido en mi carrera más gratos momentos que difíciles. Tal vez una situación
fue cuando, en Cartagena, me llamó el gobernador de Bolívar a contarme que el
comandante de la policía, que se llamaba Armando Ramírez Ramón, estaba siendo
investigado por enlaces con el narcotráfico, eso me lo dijo en su lecho de
enfermo, estaba hospitalizado en una clínica y yo era un periodista muy cercano
a él, no por razones personales sino profesionales de los cubrimientos y
decidió contarme eso. Pero imagínense la dimensión de la noticia, me estaba
diciendo que el comandante, un coronel activo de la policía recibía a los
narcotraficantes en el aeropuerto, los hospedaba, los escoltaba y que el subcomandante
de la policía lo había descubierto, lo había ido a denunciar a Bogotá y cuando
regresó de allá el comandante puso pero al subcomandante y eso no se sabía.
Teníamos un directo que se llamaba
Gonzalo Zúñiga Torres, que ya murió. La información yo la tenía como a
las 4 de la tarde y él me llamó como a las 6, no le conté lo que me había dicho
el gobernador del departamento porque si le decía lo iba a frenar y era la
noticia de abrir, yo escribí la información y la publicamos al día siguiente;
pero con lo que yo no contaba era que esa noche el director se reunía en un
coctel con el comandante de la policía, obviamente él no sabía lo que estaba
pasando y yo sí, al día siguiente sale la información y este tipo llegó
iracundo, me llamó a su oficina y me dijo que tenía que irme del periódico, que
lo había dejado como un zapato y tenía toda la razón, porque el periódico ya
había salido con esa información. Me llamó el gerente a las dos horas y me dijo
no te quiero echar, pero si no renuncias lo tendré que hacer, te doy plazo
hasta las 12 para que me pases la carta de renuncia. Yo tenía la información
confirmada, era del gobernador de Bolívar, pero no podía citarlo y tenía unos
contactos en Bogotá, entonces decidí llamar a Colprensa la agencia de noticias y
preguntar que sabían del caso y a las 11:59 minutos de la mañana llegó un
despacho de Colprensa diciendo “Destituido comandante de Bolívar por nexos con
el narcotráfico”. Fue una situación difícil, pero al mismo tiempo placentera
porque sabía en el fondo que si me iba era por una verdad y no por un error, o
una mentira. Pero no me fui, me quedé y digamos que eso de una forma fortaleció
mi condición en el periódico del que llegué a ser jefe de redacción antes de
migrar a Bogotá.
Nosotros
tenemos que viajar al menos dos años a Estados Unidos por el tratamiento de
nuestro niño y fuimos a pedir la visa y nos la negaron a toda la familia, n os
pusimos a averiguar y evidentemente era que mi nombre era el apodo de un
guerrillero alias Alberto Martínez, es un nombre tan común que hasta lo usan de
alias. Me acuerdo que una vez estaba en Bolivia en un curso del Fondo Monetario
Internacional en un pueblo que se llama Santa Cruz de la Sierra, que queda a
los limites con Brasil y, yo recibía todas las noches un memo que decía
“Alberto no puedo verme contigo hoy, pero mañana sí con toda seguridad, voy a
La Paz pero ya vuelvo” y me preguntaba pero quién es, y pasaba que en el hotel
había otro Alberto Martínez. Entonces, la situación fue en la embajada, no en
el aeropuerto, y nos tuvieron la visa retenida por mucho tiempo, luego
averiguaron que yo no era ese Alberto
Martínez.
Entregado a Dios y devoto de la Virgen, ¿cómo ha
sido el proceso de crecimiento personal y espiritual?
Yo
no sé cuando empezó esto, mi fe es mariana, es probable que tenga alguna
relación con la patrona de Cartagena, que es la Virgen de la Candelaria, lo que
pasa es que cuando yo me encuentro ante ala imagen de una virgen me pasan cosas
que no podría describirlas, pero siento como una paz interior, siento un mejor contacto con Dios, la Virgen
para mí es un gran referente, debe ser también por las dos figuras que yo
idealice en mi casa que eran mi mamá y mi abuela y lo que sufrió mi abuela y lo
que padeció mi mamá; de repente, hice algunas asociaciones con el sufrimiento
de la Virgen, y el asunto es que mi fe siempre ha sido mariana, está más allá
de los contactos personales y está, creo, que más allá del mundo terrenal, yo
creo que soy una misión de ella y soy lo que soy por lo que ella, de alguna
manera ha querido que sea, y siempre está ahí en su generosidad inmensa para
recibirme el día que yo quiera, es un referente de fe tan noble que siempre
está ahí esperándome, abrazándome.
¿Ha pensado en algún momento dejar de escribir?
(Risas)
es una pregunta interesante, porque cuando yo creí haber el periodismo, me
encontré enseñando periodismo, cuando llegué a la universidad del Norte a
trabajar, me dijeron que necesitaba hacer una Maestría, y lo más cercano que yo
tenía era la Maestría en educación, pero mi tesis fue sobre periodismo,
entonces hice una historia de vida sobre Juan Gossaín de por qué escribe como
escribe; luego, me dijeron que tenía que hacer un Doctorado; entonces hice un
Doctorado en Ciencias Sociales y estoy haciendo una tesis sobre periodismo
cognitivo, porque bueno ¡yo lo que soy, soy periodista!. Yo toda la vida he
sido periodista, desde que tengo uso de razón lo he sido y creo que voy a morir
siendo periodista. Para mí el periodismo no es solo la más bella profesión del
mundo como dijo García Márquez sino, una esencia de vida, yo soy periodista
todo el tiempo.
¿Cómo llegó a convertirse en columnista de El
Heraldo?
Estaba
Ernesto McCausland en El Heraldo, yo creo que Ernesto se motivó por el bando
que le escribí a Andrea Jaramillo, que a mi juicio fue una pieza estupenda,
entonces Ernesto estaba ahí, lo escuchó, y al día siguiente me llamó, y me dijo
que si quería ser columnista, iba a reemplazar a Dayana Acosta, que acababa ser
nombrada en la Secretaría de Cultura de la Gobernación y me dijo: sería
semanal, pero debo confesarte que tengo un temor, y es que los académicos
escriben muy pesados, muy técnicos y salió bien la cosa, me dedique a las primeras
columnas.
La
idea fue coyuntural, Ernesto me lo propuso y yo empezaba la clase de
argumentación y, pues, perfecto; de hecho, Ernesto se adelanto a una petición
que le iba a hacer, le iba a pedir que me dejara escribir cada quince días.
En el ámbito profesional, ¿cree que le hace falta
algún escrito por publicar para tener la máxima satisfacción?
Los
periodistas famosos, cuando les hacen esta pregunta, dicen “yo quiero escribir
la noticia que diga se hace la paz en Colombia”, cosas así, de pronto me gustaría
escribir sobre eso, pero yo tengo algo más personal. Yo le he hecho seguimiento
a una historia de un galeón hundido en el más profundo de Cartagena, se llama
el galeón San José; hundido en 1708 por un error militar de una flota
británica, llevaba 500 personas y un cargamento en oro y plata que a cuentas de
hoy está estimado entre cinco y diez mil millones de dólares. Yo quiero
escribir la historia del rescate del galeón San José, quiero contarle a la
gente no solo el oro que llevaba ahí sino como era el mundo en al año 1708,
porque iban a rescatar los tenedores, los platos, los baúles y algunos trozos
de ropa, si no se la han comido los sastres.
¿Qué tan importante ha sido su esposa en la
construcción de su carrera?
Ella
es muy despiadada en la crítica, como tienen que serlo las esposas, es mi
crítica más fulminante, la crítica con la que mas peleo en consecuencia, pero a
la que termino obedeciendo, ella es la primera lectora de mis escritos, la
inspiradora de algunos temas, digamos que ella me sugiera a veces sobre qué
temas escribir, es una consejera permanente, como yo también lo soy de ella en
su trabajo. Yo creo que el que ella se haya ido para comunicación
organizacional y yo quedara en el periodismo, fue una buena decisión, porque
nos complementamos.
En su hoja de vida son evidente todos lo proyecto
investigativos que ha realizado, ¿qué lo motiva a hacer tantas investigaciones?
Si
por mi fuera, me dedicaría solamente a dictar clases, a mí lo que más me gusta
hacer, después de estar en mí casa, es dictar clases, la investigación es un
requisito de las dinámicas universitarias de estos días, se supone que la
academia no es academia si no hace investigación y si no le apunta a un nuevo
conocimiento. En la medida que uno ponga aprueba el conocimiento adquirido y
que busque un nuevo conocimiento
derivado de la investigación puede enriquecer mejor su tarea como docente.
Usted que, constantemente trabaja con estudiantes ya
que se dedica a la docencia, ¿cómo ve el futuro de estos nuevos periodistas en
las comunicaciones?
Uno
siempre se queja que los estudiantes de hoy no son como los de antes, y la
queja del profesor es que no leen, yo tengo una postura diferente, ustedes si
leen, pero no leen lo que nosotros queremos que lean, que es diferente. Yo creo
es que nosotros como promotores de la lectura no hemos evolucionado, ni hemos
propiciado que los textos que nosotros queremos que ustedes lean evoluciones,
el libro es el mismo libro de siempre, y no nos hemos inventado la manera de
interesarlos a ustedes en las lecturas densas.
Estamos
ante una generación distinta, yo soy de la época de la radio, esta en una
generación digital, yo la vea actuante, deliberante, contestataria, rebelde,
incisiva, descubridora, creativa, yo la veo creando nuevas alternativas
mediáticas. ¿Qué viene ahora? Esa respuesta la tienen ustedes, pero lo que
viene, creo yo, siempre va a ser mejor, yo veo es a los nuevos periodistas con
un papel protagónico y definitivo en la sociedad que entre todos están
construyendo y veo a los periodistas de El Heraldo, como yo, rezagados y
escribiendo memorias, o acaso en una cabaña frente al mar poemas o lamentos
entre Jhon Acosta, Anuar Saad y Alberto Martínez sobre aquello que fue y hoy no
fue.
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