Por
Emmanuel Amaya
Era medio
día, el sol nos regalaba sus intensos rayos justo desde el eje del despejado
cielo de la arenosa y cada uno de los integrantes de la comunidad de la
universidad Autónoma del Caribe, se disponía a tomar el almuerzo, entre esos,
uno en particular: Mauricio López, más conocido en el alma mater como
“Sanduchito”, gracias a su proyecto emprendedor “Di mao”, con el que recorre las
instalaciones la universidad casi todos los días, vendiendo sus ya aclamados
sándwiches.
Sin
embargo, nuestro particular personaje es mucho más que el tipo de los panes
envueltos en papel de cuadros que calman el hambre de la media mañana o te
brindan un almuerzo liviano. Detrás de él hay una historia llena de superación,
múltiples proyectos simultáneos, pero, sobre todo, mucho amor y apoyo familiar.
Por
su apretada agenda académica y actividades externas, tuvimos que programar
nuestro encuentro justo después de almorzar, pero decidí acompañarlo desde la comida
para charlar un poco de algunos temas de actualidad y arar el terreno para lo que
iba a ser la entrevista. Entré en el recinto que queda justo después de pasar
las pizzas más populares de la zona y me dispuse a buscar a mi invitado. Lo
encontré de inmediato.
Con
su característica boina, “Sanduchito” yacía en una de las casi doce mesas rojas
que abundaban en todo el lugar. Estaba por empezar a comer, cuando me divisó
mientras me acercaba a la mesa. Pedí mi comida y la conversación fluyó en torno
al tema que causa más revuelo en la actualidad: el mundial; luego nos depusimos
a empezar con lo pactado.
Mauro,
un chico de tez morena nacido en Barranquilla, vivía con sus padres en dicha
ciudad; sin embargo, por diferencias entre sus progenitores, se fue con su
madre a Córdoba, y luego de un año, a Bogotá. Ahí, en la capital del país, lo
esperaba, además de múltiples nuevas experiencias, un ritmo de vida diferente, un
clima al que no estaba acostumbrado, alguien en particular: Fernando, su nuevo
padrastro.
Como
era de esperarse, con él no se llevó muy bien al principio, pero “Fer”, como lo
llama ahora con cariño, lo trató de maravilla siempre, ganándose al final su
confianza. “Él fue quien me mostró el mundo y me apoyó siempre en todo”, me
dijo con una sonrisa un tanto melancólica en su rostro, la misma que esbozó
cuando me comentó que cuando recién habían llegado a “La nevera” les tocó vivir
a los tres en una pieza con una cama en la mitad y no mucho más alrededor. “Eso
fue muy severo, pero salimos de esa mala situación con trabajo duro”, expresó.
Los
problemas en la nueva ciudad al principio no parecían parar, porque cuando entró
a cursar pre-jardín en su nuevo colegio, quizá por la involuntaria crueldad que
yace de la inocencia característica de los niños, se encontró de frente con uno
de los problemas que irónicamente nos azota en mayor proporción como país: el
racismo.
“Yo
no comprendía por qué se burlaban de mí”. Y de verdad, así parece, porque a día
de hoy aun frunce el ceño como no encontrándole sentido a lo que esos niños
hacían. “A una de mis compañeras la llevaron a rectoría y todo porque era tanto
su rechazo que los profesores se dieron cuenta y le dijeron a sus papás que si
no podía respetarme y compartir conmigo, era mejor que se fuera del colegio”,
manifestó.
Como
si eso no fuera suficiente, también lo señalaron en muchas oportunidades con
etiquetas despectivas por venir de la Costa. “Siempre encontraba comentarios en
todas partes que nos hacían quedar mal como región, que éramos flojos, que
practicábamos zoofilia y muchas cosas por el estilo”, expresó. Sin embargo, me
dice de forma muy seria que siempre defendió y defenderá lo que cataloga como
suyo. “El que se meta con mi gente, con la costa, sin saber lo que dice y
argumentos vacíos, siempre va a encontrar problemas conmigo en donde sea”, añadió.
Mientras
iba creciendo, encontró la forma de sobrellevar eso y se dio cuenta de que las
personas en su entorno maduraban a su par y empezaron a apreciarlo por cosas
como su formación académica o valores, y no por su tez de piel o lugar de
procedencia.
En
su niñez frecuentaba la casa de sus tíos y fue ahí donde empezó a ver los
partidos de fútbol, solo mientras los adultos departían fuera. Casi
inconscientemente empezó a narrar a la par del Bambino Pons los encuentros de
equipos de la Premier League inglesa. Esto lo llenó de fascinación y empezó a
hacerlo más seguido, llegando a encerrase en el estudio de su casa y gritar gol
tras gol hasta que su garganta no diera más. Fue en una de esas tantas mañanas
de sábado observando y relatando los partidos del Manchester United, el Liverpool
y demás, donde se dio cuenta de que
quería hacer eso por el resto de su vida.
Terminado
el colegio, tuvo otro momento difícil y fue la frustración de no encontrar una
universidad para pulir lo que tanto le apasionaba. La situación económica en su
casa había mejorado considerablemente; sin embargo, ahora tenía también una
hermana menor y los ingresos eran insuficientes para pagar matriculas sobre los
diez millones que era lo que las instituciones de estudios superiores de la
capital le podían ofrecer, así que decidió hacer un curso de locución en el Colegio
Superior de Telecomunicaciones.
Sin
embargo, quería algo más, una carrera profesional. Buscó hasta debajo de las
piedras un lugar donde poder cursarla y los caminos solo lo condujeron en una
dirección, a sus orígenes, a su tan querida y anhelada tierra: Barranquilla.
“No
fue tan difícil dejar Bogotá; aunque extraño a mis amigos y familia, en sí la
ciudad me tenía un poco cansado”, me confesó antes de quedarse pensando mirando
a la nada y quizá recordando todas las noches de frío y bajo muchas colchas y
medias en sus pies que debió sufrir a causa de su intolerancia al tipo de clima
característico de dicha ciudad.
Volvía
a “Quilla” y esto iba a representar un golpe más por parte de la vida, a una
escala que jamás se esperó; se sentía navegando en aguas turbias, en lo que se
suponía iban a ser las más cristalinas en las que podría estar. Fue
discriminado, sí, otra vez, y por su gente, a la que había defendido tantas
veces a capa y espada en el interior del país y por las que se había ganado más
de una mirada de esas que hieren.
“Al
principio, me pareció bien irónico que me llamaran “Cachaco negro”, porque no
lo era aunque mi acento dijera otra cosa” comentaba entre risas. “Aquí hice
amigos nuevos y me di cuenta de que la gente es bien relajada así como yo; así
que no le puse mucho problema a eso después de acostumbrarme”, manifestó.
Estando
establecido aquí, López inició la travesía de vivir solo y empezó a nacer en él
la necesidad de poseer dinero. “No podía estar dependiendo de mi abuela y
entonces empecé q buscar ideas para conseguir plata y fue una tarde en
vacaciones que estaba en Bogotá hablando con “Fer”, que nació la idea de Di
mao”.Luego de ahí, sus parientes capitalinos
le reglaron “la herramienta, la poderosa” como le llama al gran recipiente de
plástico donde expone sus sándwiches. “Al principio fue difícil porque tenía
que levantarme desde las 5 am a preparar la mercancía del día, pero al final,
valoro lo que esto me ha dejado, no solo en lo económico, sino también en el
crecimiento como persona y el desarrollo de aptitudes, como la facilidad de
interactuar con los demás y poder persuadirlos, que seguro me sirve en mi
carrera”.
Hoy
en día, además, Mauro ya debutó en FM con la emisora Radio Cultural Uniautónoma
deportes en el programa que se puede sintonizar todos los miércoles a las 2 de
la tarde en la emisora del alma mater a la que está vinculado. También, piensa
algún día invertir a gran escala en el negocio del sándwich, que hoy solo
parece una iniciativa.
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