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miércoles, 13 de junio de 2018

De otra parte en todas partes

Por Emmanuel Amaya

Era medio día, el sol nos regalaba sus intensos rayos justo desde el eje del despejado cielo de la arenosa y cada uno de los integrantes de la comunidad de la universidad Autónoma del Caribe, se disponía a tomar el almuerzo, entre esos, uno en particular: Mauricio López, más conocido en el alma mater como “Sanduchito”, gracias a su proyecto emprendedor “Di mao”, con el que recorre las instalaciones la universidad casi todos los días, vendiendo sus ya aclamados sándwiches.

Sin embargo, nuestro particular personaje es mucho más que el tipo de los panes envueltos en papel de cuadros que calman el hambre de la media mañana o te brindan un almuerzo liviano. Detrás de él hay una historia llena de superación, múltiples proyectos simultáneos, pero, sobre todo, mucho amor y apoyo familiar.


Por su apretada agenda académica y actividades externas, tuvimos que programar nuestro encuentro justo después de almorzar, pero decidí acompañarlo desde la comida para charlar un poco de algunos temas de actualidad y arar el terreno para lo que iba a ser la entrevista. Entré en el recinto que queda justo después de pasar las pizzas más populares de la zona y me dispuse a buscar a mi invitado. Lo encontré de inmediato.

Con su característica boina, “Sanduchito” yacía en una de las casi doce mesas rojas que abundaban en todo el lugar. Estaba por empezar a comer, cuando me divisó mientras me acercaba a la mesa. Pedí mi comida y la conversación fluyó en torno al tema que causa más revuelo en la actualidad: el mundial; luego nos depusimos a empezar con lo pactado.
Mauro, un chico de tez morena nacido en Barranquilla, vivía con sus padres en dicha ciudad; sin embargo, por diferencias entre sus progenitores, se fue con su madre a Córdoba, y luego de un año, a Bogotá. Ahí, en la capital del país, lo esperaba, además de múltiples nuevas experiencias, un ritmo de vida diferente, un clima al que no estaba acostumbrado, alguien en particular: Fernando, su nuevo padrastro.

Como era de esperarse, con él no se llevó muy bien al principio, pero “Fer”, como lo llama ahora con cariño, lo trató de maravilla siempre, ganándose al final su confianza. “Él fue quien me mostró el mundo y me apoyó siempre en todo”, me dijo con una sonrisa un tanto melancólica en su rostro, la misma que esbozó cuando me comentó que cuando recién habían llegado a “La nevera” les tocó vivir a los tres en una pieza con una cama en la mitad y no mucho más alrededor. “Eso fue muy severo, pero salimos de esa mala situación con trabajo duro”, expresó.

Los problemas en la nueva ciudad al principio no parecían parar, porque cuando entró a cursar pre-jardín en su nuevo colegio, quizá por la involuntaria crueldad que yace de la inocencia característica de los niños, se encontró de frente con uno de los problemas que irónicamente nos azota en mayor proporción como país: el racismo.

“Yo no comprendía por qué se burlaban de mí”. Y de verdad, así parece, porque a día de hoy aun frunce el ceño como no encontrándole sentido a lo que esos niños hacían. “A una de mis compañeras la llevaron a rectoría y todo porque era tanto su rechazo que los profesores se dieron cuenta y le dijeron a sus papás que si no podía respetarme y compartir conmigo, era mejor que se fuera del colegio”, manifestó.

Como si eso no fuera suficiente, también lo señalaron en muchas oportunidades con etiquetas despectivas por venir de la Costa. “Siempre encontraba comentarios en todas partes que nos hacían quedar mal como región, que éramos flojos, que practicábamos zoofilia y muchas cosas por el estilo”, expresó. Sin embargo, me dice de forma muy seria que siempre defendió y defenderá lo que cataloga como suyo. “El que se meta con mi gente, con la costa, sin saber lo que dice y argumentos vacíos, siempre va a encontrar problemas conmigo en donde sea”, añadió.

Mientras iba creciendo, encontró la forma de sobrellevar eso y se dio cuenta de que las personas en su entorno maduraban a su par y empezaron a apreciarlo por cosas como su formación académica o valores, y no por su tez de piel o lugar de procedencia.

En su niñez frecuentaba la casa de sus tíos y fue ahí donde empezó a ver los partidos de fútbol, solo mientras los adultos departían fuera. Casi inconscientemente empezó a narrar a la par del Bambino Pons los encuentros de equipos de la Premier League inglesa. Esto lo llenó de fascinación y empezó a hacerlo más seguido, llegando a encerrase en el estudio de su casa y gritar gol tras gol hasta que su garganta no diera más. Fue en una de esas tantas mañanas de sábado observando y relatando los partidos del Manchester United, el Liverpool y demás,  donde se dio cuenta de que quería hacer eso por el resto de su vida.

Terminado el colegio, tuvo otro momento difícil y fue la frustración de no encontrar una universidad para pulir lo que tanto le apasionaba. La situación económica en su casa había mejorado considerablemente; sin embargo, ahora tenía también una hermana menor y los ingresos eran insuficientes para pagar matriculas sobre los diez millones que era lo que las instituciones de estudios superiores de la capital le podían ofrecer, así que decidió hacer un curso de locución en el Colegio Superior de Telecomunicaciones.

Sin embargo, quería algo más, una carrera profesional. Buscó hasta debajo de las piedras un lugar donde poder cursarla y los caminos solo lo condujeron en una dirección, a sus orígenes, a su tan querida y anhelada tierra: Barranquilla.

“No fue tan difícil dejar Bogotá; aunque extraño a mis amigos y familia, en sí la ciudad me tenía un poco cansado”, me confesó antes de quedarse pensando mirando a la nada y quizá recordando todas las noches de frío y bajo muchas colchas y medias en sus pies que debió sufrir a causa de su intolerancia al tipo de clima característico de dicha ciudad.

Volvía a “Quilla” y esto iba a representar un golpe más por parte de la vida, a una escala que jamás se esperó; se sentía navegando en aguas turbias, en lo que se suponía iban a ser las más cristalinas en las que podría estar. Fue discriminado, sí, otra vez, y por su gente, a la que había defendido tantas veces a capa y espada en el interior del país y por las que se había ganado más de una mirada de esas que hieren.

“Al principio, me pareció bien irónico que me llamaran “Cachaco negro”, porque no lo era aunque mi acento dijera otra cosa” comentaba entre risas. “Aquí hice amigos nuevos y me di cuenta de que la gente es bien relajada así como yo; así que no le puse mucho problema a eso después de acostumbrarme”, manifestó.

Estando establecido aquí, López inició la travesía de vivir solo y empezó a nacer en él la necesidad de poseer dinero. “No podía estar dependiendo de mi abuela y entonces empecé q buscar ideas para conseguir plata y fue una tarde en vacaciones que estaba en Bogotá hablando con “Fer”, que nació la idea de Di mao”.Luego de ahí, sus parientes capitalinos le reglaron “la herramienta, la poderosa” como le llama al gran recipiente de plástico donde expone sus sándwiches. “Al principio fue difícil porque tenía que levantarme desde las 5 am a preparar la mercancía del día, pero al final, valoro lo que esto me ha dejado, no solo en lo económico, sino también en el crecimiento como persona y el desarrollo de aptitudes, como la facilidad de interactuar con los demás y poder persuadirlos, que seguro me sirve en mi carrera”.

Hoy en día, además, Mauro ya debutó en FM con la emisora Radio Cultural Uniautónoma deportes en el programa que se puede sintonizar todos los miércoles a las 2 de la tarde en la emisora del alma mater a la que está vinculado. También, piensa algún día invertir a gran escala en el negocio del sándwich, que hoy solo parece una iniciativa.

“Se puede decir, a pesar de todas las vainas que me han pasado, que he  cumplido casi todo lo que me he propuesto y me siento realmente feliz por ello”, concluyó.

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